© Hombre jaguar de Cacaxtla
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Al pie de la montaña y aún lado del riachuelo vivía un señor quien trabajaba la tierra sin descansar. Todo el tiempo luchaba contra las fuerzas de la naturaleza pues las malezas y los animales no dejaban crecer la milpa. Un día que ya estaba harto de trabajar decidió visitar a su compadre, el Carnicero. Al despuntar la mañana emprendió camino cuesta arriba. Mientras se acercaba a la choza de su compadre fue recibido por la jauría de perros quienes se calmaron al recibir unas cuantas piedras y las mentadas de su dueño. El compadre salió a recibirlo con un apretón de mano.

– ¡Oye compadre que bueno que llegas!
– Si compay, quería distraerme un rato. Dejar de pensar en esas plagas que no dejan crecer los elotes.
– Pues bienvenido. ¿Que desea, una jícara o una copita?
– Quien soy yo para negarme, pues una copa para lubricar la garganta.

El compadre regresó con la botella llena, una reserva que tenía guardado para un momento especial. Sirvió una copa, luego otra y otra, hasta que no quedó ni una gota. Cuando el agricultor miró el cielo el sol iba a la mitad de su camino.

Puesto que ya no quedaba ni una gota, él Carnicero ordenó a su mujer servir la comida. La mujer trajo unas asadas al carbón, salsa de molcajete bien picante y guías de calabaza. Después de comer, el Carnicero se dispuso a terminar de limpiar la carne que revoloteaban las moscas. Al ver que su compadre tenía bastante carne se ofreció a ayudarle.

Toda la tarde se quedó ayudando ambientado con los recuerdos de los viejos tiempo y un buen pulque. Entrando ya la noche el compadre le propuso un negocio para que dejara de una vez la agricultura, podría hacer más dinero con la venta de res. Lo pensó un buen rato y al final aceptó.

– Para que no te vayas a dar de tope, hoy vamos a hacer la primera prueba que tan buen eres para el negocio.
– Muy bien compadre, yo estoy listo.
Cuando la luna emergió de la montaña iniciaron la caminata hasta llegar a un llano en donde había un buen número de ganado.
– Mira compadre, así como estamos está difícil que podamos agarrar un toro o una vaca. Son bien bravos. Vamos a hacer una cosa. Tienes que seguirme al pie del cañón.
– No me asuste compay. No me vaya meter en un problema. Qué tal si el dueño está vigilando por ahí.
– No compadre. Estos animales no tienen dueño, la naturaleza no las ofrece. Usted nomás sígueme la onda.
– Ta bien compa, yo solo decía.
– Listo. Me convertiré en jaguar así que no se asuste. Tiene que seguirme los movimientos que voy a ejecutar.

El carnicero dio unas marometas y se convirtió en un gran jaguar. El agricultor ejecutó su movimiento pero se cayó en una piedra que le sacó un chicote en la cabeza. Intentó la segunda y se tropezó. Volvió a intentar y finalmente era un jaguar, su cuerpo lo sintió ligero y ágil. Quería saltar y subirse a los árboles. Afiló sus garras en las piedras.

– Vamos compadre –dijo el carnicero.
– A su compa, que bonito se siente –respondió el agricultor.
– Nomás júntate conmigo compa y ya estás pa el otro lado –masculló el otro.

De un salto él Carnicero atrapó una novillona. El agricultor hizo dos, tres y nada, finalmente en el quinto salto atrapó un torete. En un rato habían cazado 10 animales. Comieron la carne fresca como dios manda, pero la alborada ya estaba cerca. Se apresuraron a llevar a los animales uno por uno a una cueva. Estuvieron despierto otro rato hasta que el sueño los sucumbió en su estado jaguar. Estaban profundamente dormidos cuando sonó la escopeta. Le dieron directo al Carnicero. El agricultor saltó cuesta abajo y logró escabullirse. En el camino a su casa intentó convertirse en humano, pero ya no pudo. Se quedó todo el día escondido hasta que se hizo de noche se acercó cuidando de no ser percibido por su mujer. Cuando entró a la casa la mujer se encontraba de espalda preparando la masa en el metate. Al saludar, la mujer se dio vuelta y de frente se topó con un jaguar. Aunque se moría de miedo, pero la voz de su esposo la calmó, no dudó que fuera su esposo. El agricultor le platicó todo lo que había sucedido. Intentó una vez más la marometa pero nada que se volvía humano. Se acordaron de la fama del cura que podía curar todo, a ver si con el agua bendita dejaba de ser jaguar. Antes de amanecer la mujer regresó con el cura, inmediatamente hizo el rezo y lo baño de agua bendita y nada. Por el contrario, perdió la voz humana, por más que intentaba articular alguna palabra solo salían rugidos. Se convirtió en verdadero jaguar. Llorando emprendió camino hacia el monte.

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