
Hoy, 18 de junio de 2050 conmemoramos el trigésimo aniversario de aquella desaparición física de Félix Reyes (1983-2020).
A esa distancia de años mucha tinta ha corrido, y aunque varios autores coinciden en que fue muy prematura la muerte de nuestro querido líder, lo cierto es que de aquella hazaña, y de aquellos Ayuuk Jä´äy sobrevivientes surgió entonces, una nueva civilización que cuida y reproduce el saber y desdeña las guerras por tierra, por agua y por dinero.
Y aunque muchos han lamentado que los manuscritos de Félix Reyes se perdieran en alguna comunidad que pereció por las posteriores inundaciones y quemazones que desencadenó el covid-19 por todo el mundo, aún hay muchos ancianos que refieren que lo conocieron y lo trataron, ya que él siempre daba el brazo a torcer cuando el pulque solía derrotarlo, entonces muchos eran quienes se ofrecían llevarlo a su casa.
Su fallecimiento está rodeado de misterio, y aunque científicamente se ha comprobado que fue él quien lideró al último reducto de resistencia que los Ayuuk Jä´äy pusieron en contra de la pandemia del covid-19 que devoró a casi toda especie humana, Félix pasó a otra dimensión con la tarea cumplida: encaminar a los hombres y mujeres a través de los oscuros pasadizos que tienen su entrada en el punto trino de unos municipios de la mixe media y cuya desembocadura está justo en la plaza principal del templo sagrado prehispánico de Mitla, cuyos trazos y construcción es atribuido a nuestro gran padre y guía de pueblos, Kontoy.
Sus biógrafos coinciden al menos que él nació en Alotepec, el punto céntrico de la sierra Ayuuk, y que desde muy chaval recorrió la región cuando fue docente, después cuando vendió huaraches de rudas correas, y finalmente cuando sirvió como tajk, mayuut, jääpyë y presidente de su municipio, situaciones que le permitieron convivir con chicos y grandes, profesionistas de la labranza y de la pluma, arquitectos de las casas y del pensamiento. De todo esto, dicen, se empapó. Finalmente, cuando en 2020 la humanidad entró en combate contra un ser diminuto y estúpido que son los virus, Félix se unió a Robert Gill, líder de los Intransigentes y uno de los fundadores de nuestra actual civilización, para librar lo que sería la última gran pelea que los humanos de esta generación emprendieron por su supervivencia.
En ese entonces, aunque la ciencia y la tecnología estaban avanzadísimos, el enemigo de la humanidad no vino del exterior en forma de inteligencia artificial y extraterrestre, cosa para la que se habían preparado durante siglos la ciencia y el conocimiento, sino que surgió de los más diminutos de los seres, un virus. Sobre este enemigo nunca se pusieron de acuerdo los científicos si eran entidades químicas o seres vivos, ya que, aunque se comportaban como cajitas inútiles con algo de material genético, los virus nunca tuvieron una identidad concreta que tuvieran deseos de vivir y perpetuarse depredando a otras especies. Eran agentes ambiguos que no se reproducían por sí mismos, y por el contrario cuando entraban en contacto con cualquier célula viva, se dedicaban a jakear, pero no para fines colonizantes, cosa que confundió a los grandes epidemiólogos y filósofos.
Cuando fue la Gran Alerta de la Pandemia de la Influenza (2009-2010), Félix se negó a unirse a sus conciudadanos en la vasta y compleja red de refugios subterráneos construida por el Ejército, a costa de todo progreso, libertades y diversiones por lo que luchaban los hombres y mujeres libres en todas partes. Tras el periodo de cuarenta días, la población volvió tímidamente a la superficie, sin que nada hubiera ocurrido. Como consecuencia de esto, durante la Segunda Gran Alerta de la pandemia del COVID-19 (año 2020), las masas se negaron a volver bajo tierra. Félix y Los Intransigentes, entonces, si lo hicieron y así pudieron gozar de cuarenta días de deliciosa soledad, concupiscencia y meditación, haciendo libre uso de las bibliotecas, cines, galerías, monocarriles y restaurantes proyectados para una subcivilización de doscientos millones de personas. Al emerger, tres meses y diez días después, encontraron un mundo desierto de vida, excepto en lo que se refiere a sus contrapartidas de otros países, si bien muchos edificios, vehículos, centrales generadoras, etc., seguían en perfecto estado de utilización. Las grandes ciudades habían colapsado; ¡pero no las pequeñas comunidades indígenas y agrícolas! pero estaban vulnerables más que nunca. Entonces Félix volvió a su pueblo para luchar hombro con hombro con los Ayuuk Jä´äy que comenzaban a sufrir los estragos. Fue cuando aplicó sus conocimientos que había bebido durante su trayectoria en las caminatas por las veredas de toda la región Ayuuk y su pertenencia a Los Intransigentes; caminó entonces de pueblo en pueblo, de ranchería en ranchería reuniendo a los grandes e imponentes Consejos de Ancianos para que convencieran a su gente de retirarse durante un periodo considerable de la superficie mientras se hallaba vacuna contra aquel virus del covid-19.
Entonces al idear túneles o vida subterrestre supo en boca de los grandes y sabios ancianos de una leyenda que hablaba de los oscuros pasadizos que Kontoy, padre y guía del pueblo Ayuuk, había mandado a construir cuando los primeros Ayuuk Jä’äy pelaron contra los mixtecas, zapotecas y aztecas. Fue cuando Félix Reyes armó y organizó pequeños y astutos ejércitos que peinaron la zona en busca de aquellos pasadizos, y estos fueron buscados por los montes y cañadas, barrancas y quebradas de los pueblos de Mëykyëjxm (Santiago Zacatepec), Ankyopajkm (Totontepec), Kënkë´ëm (Juquila), Naap Okm (Alotepec), Tsujxknëëpääm (Chuxnaban), Pots äm (Huayapan), Munytsyä´äm (Camotlán), lugares boscosos. Mientras estos recorrían los lugares, las sabias y poderosas ancianas consultaron los hongos sagrados (Taak tsijtsk) y esto les reveló: “el oscuro y tendido pasadizo que buscan se encuentra en el punto trino que une a los grandes municipios de la mixe media: por el Este están los terrenos desangrados de Kunajtsm (Quetzaltepec), por el Sur vienen los bosques fríos de Jekykyopajkm (Cacalotepec) y por el Oeste y Norte bajan las montañas pedregosas de Nëëpääm (Atitlán). Entre esas tierras corre Atsäännyëë (Río de la Culebra). Y en un remanso que los Ayuuk bautizaron como Reymyejjy (el Oceano de nuestro Gran Divino Rey) ahí, ahí donde el remolino entra y sale en y de las profundidades, ahí en frente está la entrada del pasadizo que Kontoy mandó hacer. Ahí está lo que buscan. Ahí vela una gran serpiente, deben de ofrecerle sacrificio”.
Y entonces, dejaron de ser leyenda aquellos pasadizos para convertirse en la esperanza de sobrevivencia de los Ayuuk Jä´äy.
Y mientras los pueblos y las comunidades se reunían para iniciar el éxodo por aquellos túneles que se usaron allá en el tiempo perdido de la noche de los años, los ancianos contaron a los jóvenes cómo nuestro padre Kontoy construyó en una sola noche aquella fortaleza que después sería conocida como Mitla. Pues los túneles que había mandado hacer fue para burlar los retenes militares que los mixtecas, zapotecas y aztecas habían puesto para cercar a los Ayuuk, entonces Kontoy, estratega por excelencia mandó hacer túneles para llegar directito hasta las puertas de sus grandes ciudades y atacarlos sin siquiera levantar sospechas en los caminos. Por eso, ese túnel sale en Mitla, para eso fue echo. Solamente mediante esos pasadizos él pudo ir a Nëëwinm (Tenochtitlan) y negociar con Moctezuma para el retiro de sus tropas, por eso pudo pasar y descansar y clavar su bastón de ahuehuete y posteriormente brotara lo que hoy se conoce como “el árbol del Tule”. Solamente así pudo zanjar el cerco militar que los mixes sufrían en ese entonces. Y como burla a sus enemigos dejó escrito cerca de Tlacolula “¡si me quieren, los espero en el Zempoaltepelt!”
Cuando Félix Reyes reunió a todos los Ayuuk Jä´äy y los encaminó hacia aquellos pasadizos, ya su ejército había acondicionado aquellos espacios para que vivieran y sobrevivieran muchos años mientras se encontraba cura al virus del covid-19 que había colapsado a las grandes urbes. Caminaron entonces los de las tierras bajas y se saludaron en sus variantes con los de la mixe alta, los frutos tropicales fueron intercambiados con pulque y tepache, y la música fue consuelo cuando las primeras caravanas comenzaron asomar por aquellos pasadizos. Para no morir de frío acarrearon leña y almacenaron granos y semillas, y hallaron manantiales y figuras de piedra y de barro que fueron las insignias de nuestros primeros padres.
Cuando la última caravana arribó a ese lugar, Félix ya venía enfermo de tristeza al ver como la tierra era despoblada y los nahuales abandonados a su suerte, y para evitar contagiar su melancolía fingió estar infectado de ese virus del covid-19 del cual venían huyendo.
El último recuerdo que su pueblo guarda de él es cuando miraba desde lejos, triste y flaco cómo sus grandes generales obedecían sus órdenes de tapar con piedra y lodo aquellas entradas y ya, moribundo y solo, subió a la cima de la montaña de Alotepec donde por fin murió de frío y de hambre antes que lo matara la tristeza, porque es mejor morir así que desangrarse por un terrible olvido.
¡Hoy, 18 de junio de 2050, a treinta años de su partida rogamos que la luz perpetua brille par él!
Amén.
(texto inspirado en “El nuevo enciclopedista, Articulo para el Gran libro de Historia 1a edición (2100 dC)” de Stephen Becker).