
Se cuenta, que en lo más inhóspito de la montaña de Alotepec viven y merodean aquellos seres que fueron los primeros experimentos del ser humano, y cuyo nombre en Ayuuk es: Teky tyu´uk jä´äy, «humanos de un solo pie». Esta es la leyenda:
El Jonote es un hermoso rebozo azul lleno de espumas blancas que viene tejiéndose desde las más altas faldas del majestuoso I´px yuukm, el cerro de los veinte picos, ombligo sagrado del mundo para los Ayuuk jä´äy. Geograficamente se encuentra entre los territorios de Atitlán, Alotepec y Zacatepec mixes.
Ahí, en sus orillas fue donde nuestros dioses probaron que tan blanda pudiera ser la base del universo si la hacían de arena, y pisaron y saltaron, vieron pues que la arena no resistía mucho sus pesos; entonces, ahí fue donde descubrieron y decidieron que la base del universo fuera de tierra, pues hasta ese momento ellos estaban parados sobre piedra blanda que aún no macizaba, un enorme petate de piedra y el Jonote en su caminar iba enfriando y endureciendo la base donde tendría que desarrollarse la vida. Probaron que tan buena era la tierra y quisieron que sobre ella crecieran muchas cosas que diera luz y color a este universo, crearon semillas y cantos, vieron entonces con qué facilidad la flora se esparcía por toda la orilla del Jonote.
Fue ahí, precisamente, donde idearon que hacía falta alguien quien diera constancia de la existencia de esos dioses, pensaron en un ser capaz de inteligencia y voluntad y ahí, a las orillas del Jonote fue donde imaginaron como serían esos seres; y resultó que de broma en broma se pusieron a imaginar los futuros hombres y mujeres con tierra mojada con aguas del Jonote, y entre risas y platicas venerables diseñaron en grandes y burdos trazos los que serían aquellos nuevos seres, y lo hicieron de prisa, pues estaban diseñándolos traviesamente, divertidos, como les vino en gana, pues aún estaban madurando la idea del hombre y la mujer perfectos. Y lo que hicieron fueron unas figuras de baja estatura, rústicas, rasposas como las piedras salvajes y lo hicieron a medias. Y entre alegres comentarios y carcajadas construyeron a este ser que tenía un solo pie y este miraba para atrás de su cuerpo.
Así estaban estos dioses, jugando cuando fueron convocados a reunirse en el Zempoaltepetl abandonando a estos muñecos a las orillas del Jonote.
Entonces, estos seres llamados Teky tyu´uk Jä´äy, humanos de un Solo Pie, en cuanto fueron soltados de las manos de los dioses, una extraña energía invadió el cuerpo y tuvieron vida (el solo hecho de tener contacto con los dioses la vida interviene de inmediato), convirtiéndose así en los primeros medios hombres y mujeres animados, el padre de los actuales humanos, porque antes de los hombres y mujeres Ayuuk fueron primero las travesuras de nuestros dioses que imaginaban de cuantas cosas se pudiese poblar esta inmensa tierra.
Estos Teky tyu´uk jä´äy estaban doblemente sexuados, eran a la vez macho y hembra con capacidad de reproducirse. Como no podían caminar saltaban en un solo pie para trasladarse de un rincón a otro y así fue como se adentraron a la selva que crecía pomposamente a las orillas del Jonote y aprendieron a hablar el lenguaje de la selva, el Ayuuk, y en su miserable condición domaron el fuego cuando se dieron cuenta que no podían cargar cosas, que les costaba mucho dejar a sus crías recién nacidas para ir en busca de alimentos: danzaban junto al fuego, se acercaban pacientemente a la lumbre como si la cortejaran, de espaldas se arrimaban. Calentaban poco a poco el dorso, nada más el puro dorso que tenía la forma de un pedazo de loza rasposa, ésta se hacía candente, y conforme iban acercándose demasiado al fuego su piel se hacía pegajosa, entonces arrimaban sus crías y con el calor y la grasa derretida pegaban el cuerpecito al de ellos y sus crías quedaban pegadas en ellos como si estuvieran amarradas y así podían estarse mucho tiempo saltando en busca de comida.
Posteriormente aprendieron a cargar objetos pesados.
Olvidados por sus creadores, los Teky tyu´uk Jä´äy, «humanos de un Solo Pie» se reprodujeron desmedidamente por los bosques y los matorrales, así como por todos los recodos de la selva donde serpenteaba el Jonote.
Y fue entonces, cuando los dioses se dieron cuenta que aparte de los animales había ya seres chapoteando alegremente en los remansos del rio, saltando bajo las grandes sombras de los árboles y se quedaron tan maravillados al ver la capacidad de sobrevivencia que estos habían generado, y fue precisamente cuando pensaron que de crear al hombre y a la mujer verdaderos debían de ser separados, no como los de «Un Solo Pie» que eran a la vez hembra y macho; no, los hombres y mujeres debían ser mejor que ellos, pues esta vez los dioses no se pondrían a jugar, se pondrían a trabajar y tomaron como modelo a Teky tyu´uk Jä´äy, pero dobletearon todas las cosas buenas que veían de sus primeros experimentos. Por eso nosotros tenemos dos manos, dos pies, dos orejas, dos ojos y dos huevos (sea femenino o masculino).
Así que, cuando los hombres y las mujeres fueron ya diseñados con suma delicadeza, los Teky tyu´uk Jä´äy, llevaban miles de años viviendo y conquistando los dulces frutos que la selva ofrece, el suave y agradable aroma del perfume de cada amanecer; los lisos y escamudos peces que vivían en las aguas del Jonote eran ya una delicia para estos primeros olvidados por sus dioses.
Entonces cuando llegaron a poblar los primeros hombres y mujeres actuales, se dieron cuenta que alguien se les había adelantado ya en lenguaje y en trabajo. Y tuvieron envidia por que los dioses no quisieron igualarles con los Teky tyu´uk Jä´äy, en lo que respecta a la voz, porque hablaban hermosamente el Ayuuk (oírlos hablar era como si hablara la selva misma, con sus pájaros y sus ríos arrullando la madrugada), y el motivo de los dioses fue que los primeros hombres y mujeres tendrían esa misma voz, pero con el tiempo, al tomar el agua del Jonote irían afinando la voz hasta igualar a la de sus hermanos mayores. Y los hombres toleraron esta desventaja, de mala gana, pues venían llegando.
Cuando los Teky tyu´uk Jä´äy, se dieron cuenta de la extrema belleza con que se había creado a las mujeres, se enamoraron y buscaron la manera de estar cerca de ellas, pero vieron que los hombres eran muy celosos con ellas y las defendían a cómo diera lugar. Entonces decidieron raptarlas: entre la espesura de los bosques y la niebla de la selva seguían sigilosos los pasos de aquellas féminas cuando iban al río con sus cántaros a traer agua, comenzaron a hablarles y las mujeres se enamoraron de esas dulces voces y se detenían a buscar quien les había hablado y al descubrirlos entre la espesura, en vez de causarles miedo o repugnancia ellas se detenían curiosas, y al verlos así, desnudos y amorfos se llenaban de compasión pues ellos parecían huérfanos, necesitados de pan y cobija, y como ellas ya sabían de ellos, de sus hermanos mayores, se detenían a platicar, ofreciéndoles agua, ofreciéndoles comida. Pero listos Teky tyu´uk Jä´äy, apenados se disculpaban que no era su intención molestarlas, que posiblemente sus hombres se enojaran al verlas platicar o demorar tanto. Que sólo querían calentarse un poco por que sentían mucho frío. Entonces las mujeres se los llevaban a sus casas cuando el hombre no estaba y dejaban que se acercaran al fogón. Y así fue como comenzaron a desaparecer mujeres de algunos poblados.
Hubo quienes lograron zafarse cuando eran pegadas a la piel candente dando la noticia y advirtiendo a todos los hombres y mujeres que poblaban más allá del Jonote.
Iniciaron así los actuales hombres a anidar el furor en sus corazones contra sus hermanos mayores, y sin el consentimiento de sus dioses decidieron exterminar a los Teky tyu´uk Jä´äy. Fue cuando se adentraron en lo más inhóspito de la selva con el único objetivo de no tolerar más a otros seres que comieran de la misma tierra que ellos trabajaban. Entonces los Teky tyu´uk Jä´äy, comenzaron a merodear indefensos por las veredas y los picachos del Zempoaltepetl en busca de reconciliarse con sus hermanos menores, mientras no calentaran el dorso rasposo no causaban ni el menor daño, y nomas era el dorso pues a pesar de ser aliados con el fuego, el resto del cuerpo era tan sensible a las quemaduras que podían pasarse semanas y semanas lamiéndose la piel ampollada a las orillas del Jonote esperando curación. Eso había sido hace miles de años.
Hoy en día, hay quienes juran haber visto a estos extraños seres merodear cerca de las milpas allá en las altas cumbres de la montaña de Alotepec, y qué son miedosos ante los perros, pues no tienen forma de defenderse cuando estos se les avalanza y los destroza.
Foto: Terrenos de Santiago Atitlán, Mixe. De Lissette González (Alotepec)